El cortejo kyroniano acompañó a su reina y su rey hasta el palacio real. Una vez allí, y luego de hacer la consabida reverencia, se retiraron, quedando solo la pareja.
-Te amo-le dijo Itzael mirándola fijamente a los ojos. Sus inmensos ojos azules parecían encerrar el universo entero.
-Lo sé-respondió Ikte con sus dulces ojos color miel, que pareciera tener el dulces de todas las flores.
Se conocían de años, las palabras sobraban. Cada uno sabía lo que quería el otro sin que fuera necesario expresarlo.
Ikte se quedó recostada en el pecho de Kenai escuchando su corazón, mientras miraban las estrellas desde el balcón del palacio. Hacía mucho que no estaban así, tranquilos. Itzael acariciaba su cabellera mientras la abrazaba por la cintura.
-¿Alguna vez te habías imaginado este futuro?-preguntó Itzael
-Era lo que yo siempre soñaba, pero, te soy sincera, no quería competir con el recuerdo de Lakshmi. Siempre te amé, pero no iba a obligarte a que te alejaras de su recuerdo, si es lo único que te quedaba.
-¿Sabes? Siempre temí que mi amor no tuviera eco en tí-dijo mientras sus ojos se cubrían de lagrimas-no sé porqué. También te amé, desde hace tiempo. Pero no encontraba el valor para confesártelo. Cuando te creí perdida en el accidente, se partió mi alma. Pero cuando te reencontré, volví a nacer.
Ikte secaba las lagrimas del kironiano con sus manos mientras lo cubría de besos.
-Y ahora que estamos juntos ¿ qué quieres hacer?
-Amarte desde ahora y por la eternidad-respondió Itzael mientras se fundían ambos en un dulce beso.